jueves, 25 de febrero de 2010
Benditos 20 minutos
lunes, 22 de febrero de 2010
Upside Down
sábado, 20 de febrero de 2010
Lipdub en Fcom Navarra
miércoles, 17 de febrero de 2010
¡A la calle!

martes, 16 de febrero de 2010
La verdad... ¡duele!
Se suele decir que las chicas maduramos antes que los chicos, pero lo cierto es que dicha afirmación supera lo sobrenatural. No se trata de la mítica guerra de sexos, no, todo se reduce al Mario Kart o al Pro.
Ellos no nacen con un pan bajo el brazo. Nacen con una Play Station bajo un brazo y con la Wii bajo el otro. Los mandos atados a los pies y el joystick o el ordenador entre las piernas. Se crían desde pequeños con ello y cuando les llega la hora de madurar ya es tarde. El Pro o el Mario Kart forman parte de su cuerpo. Su vicio, su necesidad de primer grado: ¡para qué comer teniendo moneditas que te dan puntos! Auténticos mutantes de la mano de Nintendo, Sony o Windows.
El puñetero "síndrome de Peter Pan", les embarga, hechiza y arrastra. Ven un mando y se "empalman". Se trata de la marcha atrás: cuanto más creciditos, más infantiles. Hay aficiones comprensibles, pero esto supera lo maníaco-depresivo. Encorvados, los ojos rojos, fuera de las cuencas, las manos estáticas, los pulgares a la espera de la próxima salida, de la próxima partida. ¡El jorobado de Notre Dame se queda corto a su lado!
Eufóricos, gritan, se insultan. No pueden evitarlo. Serán las únicas veces a lo largo del día que les verás enfadados. Ludopatía de las consolas, la caja tonta de nuestro siglo, la generación del PC y el joystick. No intentes hablar con ellos mientras juegan, ya puedes estar desnuda que ni se darán cuenta. Para ellos nada es comparable con un balón, un coche, o lo peor de todo, un mando, un ratón. Puede sonar exagerado o anticuado, pero pregúntenle a una madre, seguro que el día del que peor recuerdo guarda es víspera de Nochebuena o Reyes.
Todo se reduce a una competición, sea corriendo o en coche. Para ver quién llega antes, quién es más macho o quién los tiene más grandes. Pero lo peor de todo es que se olvidan de la carrera más larga y más importante. Y para cuando se dan cuenta ya es tarde. Game over parpadeando en su pantallas y su única compañía: Mario Bros.
domingo, 14 de febrero de 2010
En un día llamado San Valentín

¡Qué asco!
¡Qué asco! Cuando les ves te sientes sola. Y piensas que probablemente les darás pena. ¡Qué incomoda te sientes! Pero no pasa nada, no, ¡faltaría más! Tus amigas te llevarán al cine a ver una película de amor, de esas en las que una fea o desgraciada consigue a un chico guapo que la quiera. Sales del cine pensando que tarde o temprano eso mismo te pasará a ti. Ilusa. ¡Anda que no te queda tiempo sufriendo! Intentando olvidarte del anterior. Hasta que llegue un chico de esos que yo denomino "puente". El chico clavo. El chico que te ayudará a olvidarte del anterior, al que le romperás el corazón para vengarte del sexo masculino.
Entonces llegará un momento en que seguirás estando sola, pero contenta. Te acostumbrarás a estar sin pareja cuando menos te lo esperes. Y entonces no te interesarán los hombres. Incluso animarás a tus amigas a que sigan tu ejemplo y cuando no lo hagan también ellas te darán asco, o mejor dicho, pena. Autoengaño, creo yo. Pero es algo por lo que tarde o temprano todas pasamos. Y entonces ya no vemos tantas parejas por la calle y aunque lo hagamos no nos afecta. Lo hemos superado. Y cuando menos te lo esperas... ¡Pum! Otra vez. Un chico que te hace "tilín". Y de nuevo el tonteo, ¡cómo nos gusta eso! Pero tu insistirás en que no quieres nada, que eres libre. ¡Y un carajo! Como dice el refrán: "basta que te pongas debajo de una encina para que un pájaro te cague encima".
Y así una y otra vez. Hasta que por fin encuentres a ese príncipe azul con el que llevas soñando desde que jugabas con las barbies o a "papás y mamás". Cuando tengas un piso, un sueldo y hayas madurado lo suficiente como para poder soportar la cruda realidad: que los principes destiñen. ¿Y hasta entonces qué? Pues ajo y agua. Se repetirá este mismo ejemplo una y otra vez. Te darán asco las parejas, la situación y si te descuidas hasta tú misma.. Y así una y otra vez. Unas peor y otras mejor. ¡Qué asco! Pero qué bonito y qué feliz eres cuando lo tienes, entonces nada te da asco.
jueves, 11 de febrero de 2010
Pido para un Chanel
Una joven sufre un ataque de ansiedad ante una tienda de lujo: "Pido para un Chanel"
IZASKUN PÉREZ / Foto: JORGE PARÍS / Vídeo: YOLANDA DOMÍNGUEZ. 04.02.201014.15 horas. Calle Ortega y Gasset de Madrid. Una joven guapa y elegante se para en el escaparate de la tienda Chanel. Mira con deseo unos zapatos. De repente, se pone a llorar de impotencia. Quiere comprárselos, pero su marido le ha cortado el acceso a la tarjeta de crédito.
Se esconde tras unas gafas enormes, muerta de vergüenza: "¡Qué estoy haciendo!"
Enfundada en un vestido ajustado negro y unas botas de tacón, recorre la calle de arriba a abajo parando a los viandantes. Solloza; se le corre el rímel. Intenta convencerles de que le den una ayuda para los zapatos ("un euro, dos, tres... lo que tenga, señor"). La gente pasa de largo, sin apenas escuchar sus razones. Da un taconazo. Llora sin consuelo. "Por favor, señora, todas mis amigas tienen ese modelo, ¡Lo necesito!", le suplica a una mujer embutida en un abrigo de pieles. Un segundo después, se esconde tras unas gafas enormes, muerta de vergüenza: "¡Qué estoy haciendo! ¡Qué estoy haciendo!", murmura para sí misma.
Saca la barra de labios de su bolso Louis Vuitton y escribe en un cartón: "Pido para un Chanel".
"No está bien de la cabeza"
Una anciana, recién salida de la peluquería, acaba de pasar a su lado. Tampoco le ha dado limosna, pero se queda observando a lo lejos: "Pobrecilla", dice, "esa muchacha no está bien de la cabeza". "Pues a mí no me da ninguna pena", le replica una chica que lleva un rato mirando la escena. "¿No te has dado cuenta? Eso es una campaña de márketing", dice mientras sigue su camino.
La joven, desesperada por hacerse con los zapatos, sigue a lo suyo. Extiende su fular en el suelo y se arrodilla junto al cartel improvisado. Algunos viandantes sonríen, la mayoría mira para otro lado. Sólo una chica joven se acerca a preguntarle qué le pasa.
"¡Egoístas! ¡Sois todos unos egoístas!", grita. "Sólo quiero un poco de dinero de uno y otro poco de otro", berrea.
El siguiente en pasar en un hombre de unos 50 años. Consigue retenerlo durante casi 10 minutos. Por un momento, parece que va a entrar en la tienda con ella y le va a comprar los zapatos, pero en realidad le está diciendo que no son un bien de primera necesidad y que, si no tiene dinero, él la invita a comer.
"Que se aguante"
"Pues si no se puede permitir un Chanel, que se aguante", le dice, con aire chulesco, una señora rechoncha a su acompañante. "Esto es una cámara oculta, seguro", comenta otra. "¿Pobre? ¿Dices que pobre? ¡Pero si está pidiendo para un Chanel!", increpa un ejecutivo con traje italiano, pelo engominado y maletín de piel. "Pues si mi marido me deja sin tarjeta, me corto las venas", dice totalmente en serio una mujer de cuarenta y pocos.
Un hombre trajeado camina sin levantar la vista del periódico. La joven le corta el paso y él da un bote, asustado. Hablan durante unos minutos. Al final, le extiende una tarjeta de visita. Es abogado. "Lo vas a necesitar", le dice, y continúa caminando. Otro pasea a un perro. La chica le para y empiezan a hablar. De repente, él le pone en la mano la correa del perro y echa a correr. La chica le persigue como una loca. Eso sí que no se lo esperaba... El dueño del animal aguarda a la vuelta de la esquina con una sonrisa de oreja a oreja: "He visto las cámaras". Es hora de parar el show. Ha durado media hora. Y en el bolsillo, la chica tiene un euro para unos zapatos de Chanel.
Adicción enfermiza a las compras
La joven de los zapatos es en realidad una actriz (Blanca Berdejo). Y la escena que ha montado en pleno barrio de Salamanca, una performance ideada por la artista Yolanda Domínguez. El objetivo, "meditar sobre una característica concreta de la mujer actual: la adicción enfermiza a las compras".
No es la primera acción que la artista realiza en Madrid. El pasado mes de octubre pegó en las paredes de la capital un cartel con un peculiar reclamo: "Chica con buena presencia se ofrece para lucir sonrisa y aguantar humillaciones".
Fuente: 20 Minutos.
jueves, 4 de febrero de 2010
Presuntos


Socorro. Así se llaman desde el momento en que caen al suelo. Se levantan temprano, dan de desayunar a sus hijos rehusando su mirada. Les miman, les dan el cariño que ellas no reciben y lloran. Durante el día unas trabajan en una oficina, otras en su propia casa. Salen a la calle con gafas. Ya puede llover que a ellas lo que les molesta no es el sol sino el dolor. Hacen sus recados para mantener un hogar que se tambalea, cuyos cimientos tiemblan todas las noches. Algunos las miran con sospecha, otros ni perciben lo que ocurre. La gente habla, o no. Hay quienes ven amor y quienes ven odio. Pero ellas sólo ven miedo, angustia, tristeza. Tras sus gafas oscuras se esconden, se ocultan.
Regresan a casa, despacio, con calma. Sus pies caminan por ellas. Comienzan a temblar. Una lágrima se derrama, se seca. El corazón se les dispara y el estómago se les encoge. Se acercan aterradas porque saben lo que les espera. Mantienen la esperanza, confían. Tiernas, débiles, vulnerables. Aguantan por sus hijos, por amor. Sueños rotos que se empeñan en reconstruir. Pero una vez derramada la sangre, cientos de pedacitos se esparcen por todas partes. La primera vez la toleran, disgustadas, pero confiando en que no volverá a ocurrir. Más una y otra vez se repite, unas de continuo y otras intermitentemente, aunque cada vez con más dureza, con más crudeza.
Presuntos. Así se llaman todos ellos desde el momento en que asestan el primer golpe. Se levantan cuando les da la gana. Dependiendo de la resaca, del trabajo, del grado de odio que corra por sus venas. Venas que se hinchan, que estallan. Sin miedo. Interesados. Cambian de humor y de actitud según lo que quieren. De su boca sólo se derraman insultos, mentiras. Insisten en que no lo volverán a hacer, pero no tardan en tirar por tierra sus palabras, palabras repletas de rabia. Nerviosos rompen en cólera y de los ojos de sus víctimas extraen lágrimas y de sus bocas llantos.
Pero llega el momento en que todo cambia, termina. El momento en que pasan de presuntos a ser culpables. Socorro tirada en el suelo y el dedo metido en la llaga, el cuchillo, el golpe que marco el final. Hijos que acabarán en un hogar de acogida o con familiares desconocidos. Se va el cariño entre los dedos de quien fallece en el suelo. Con todo lo que conlleva, con todo su amor. Cientos de gritos brotando de un montón de papeles archivados en la policía. Pero ya es tarde para escuchar porque el dolor se ha esfumado. Sólo quedan las brasas de los que en su día fue odio, violencia, terror. Y desprenden un olor desagradable, a chamusquina, a cobardía.
Patricia Martínez